Este trabajo que va a temporadas (en cuanto a intensidad se refiere) es tan interesante como agotador, y últimamente me iba al pueblo el sábado al mediodía con lo que todos se me hacían mega cortos.
Este fin de semana ha sido genial.
Me fui el viernes en el auto de papá. No bus. Empezamos bien.
- Levantarte en el pueblo con la única banda sonora de los pájaros cantando y sentir la energía del sol nada más despertarte.
- Que el perro venga a desperezarse contigo.
- Desayunar plácidamente con mermelada de naranja amarga hecha por mi abuela. Una delicia para el paladar.
- Caminar durante horas entre campo y monte. Beber agua a lo ninja. Cagaleras verídicas.
- Quemarme el escotamen y los hombros. Mal. Está tornando a moreno. Bien.
- Tomar café con baileys con mis amigas como ritual de toda conversación que se precie.
- Cenar con mis kintos para celebrar que hace 10 años que salimos nosotros. Y que hemos cambiado, para bien jajajaja.
- Desayuno con tortas de masa recién hechas por mamá pato.
- Pasear con el can disfrutando otra vez del solazo.
- Comer carne a la brasa celebrando el día del padre.
- Siestaca.
- Grabar todos los amigos un "corto" para la boda de una amiga. Tengo agujetas de reirme. Con cameo especial de la abuela de la novia y de la mía. Me desorino.
- Vuelta a la ciudad. Caca de la vaca.
Me gusta el pueblo. Adoro el pueblo. Los desayunos largos. Perderme andando. El pueblo con mi familia, con mis amigos. Cuanto más alarga el día y mejor tiempo hace, más triste es la vuelta el domingo.
Un fin de semana cualquiera en el pueblo es un fin de semana espectacular.
Soy más de pueblo que una remolacha.